Alfredo «Chocolate» Armenteros
(Ranchuelo, Las Villas. 4 de abril de 1928 – Nueva York, USA. 6 de enero de 2016)
Me quedé con ganas de conocerle. Desde la admiración por su talento, me atraía no sólo su sonrisa que intuía eterna, siempre lista para allanar el camino de quienes se le acercaban con el más absoluto respeto, sino esa historia, ese extraordinario trayecto que recorre un trecho larguísimo de la vida musical cubana y que sonaba a cubanía pura. Que sus notas high hayan sonado en los predios musicales de Arsenio Rodríguez y Benny Moré bastaría para situarlo entre los notables, pero su vida de trompetista fue mucho más. Innumerables fueron los conjuntos y las orquestas con las que tocó: además de Arsenio y la tribu del Benny –de la que fue fundador-, La Sonora Matancera, las orquestas de Julio Gutiérrez, Mariano Mercerón, Bebo Valdés, Fajardo y sus Estrellas, el sexteto La Playa, César Concepción Machito y sus Afro-Cubans, Charlie y Eddie Palmieri, sin contar las numerosas grabaciones para las que fue solicitado por nombres tan incontestables como los de Paquito D’Rivera, Israel “Cachao” López, Poncho Sánchez, y otros.
Después de haber leído el riguroso y emocionado texto “Sabor a Chocolate” que hace algunos años le dedicara el profesor Raúl Fernández, no me atrevo a escribir una línea más. A él los remito, aunque antes rindo tributo a quien, sin dudas, seguirá dando, junto a Florecita, Chappottín, Varona y el Negro Vivar, las notas más altas de esa orquesta tremenda que se está formando allá arriba.