Florencio: escultura y música en la dinastía Gelabert
Las urgencias del día a día no dejan demasiado tiempo a la curiosidad. Tengo la impresión de que muchos que en La Habana se aproximan al otrora fastuoso hotel Havana Riviera desconocen quién fue el autor de la excelente escultura de la ninfa y el caballito de mar, que flanquea el breve puente de acceso e identifica su área exterior. Si conseguimos entrar, quizás no reparemos en otra escultura –denominada Ritmos por su autor -casi tan grande como aquélla, de increíble limpieza en sus líneas, que sugieren un movimiento singular, y en las que las figuras parecen cobrar vida de danzantes de una música que solo ellas parecen escuchar. Como estas esculturas de grandes dimensiones, otros grupos escultóricos de menor tamaño, emplazados en el mismo enclave sugiriendo el movimiento que parece imposible pedir a figuras pétreas, corresponden al notable escultor cubano Florencio Gelabert (Caibarién, 23 de febrero de 1904 – La Habana, 30 de agosto de 1995).
Imagino que cuando Gelabert recibe el encargo del equipo dirigido por el arquitecto norteamericano Irving Feldman, los principales retos que debió enfrentar el artista para crear una escultura que se ubicaría a la orilla del mar, fueron la belleza coherente, el sentido identitario, pero sobre todo la perdurabilidad. Sesenta y cuatro años después, La ninfa y el caballito de mar se mantienen incólumes ante los embates del salitre en la inmediatez del mar, la furia de los huracanes y los no menos feroces estragos de la desidia. El concreto directo revestido de hormigón fue el material elegido por el escultor para asegurar su permanencia. En el interior de la instalación hotelera, Ritmos es un fabuloso conjunto escultórico, realizado en bronce en cuatro o cinco partes, que preside el lobby o vestíbulo, y donde el escultor reitera la evocación de la danza y su obsesión por el ritmo y el espacio.
La ninfa y el caballito de mar, escultura de Florencio Gelabert Pérez, en el pórtico del hotel Riviera, en La Habana.
En 1957 el hotel Havana Riviera fue la joya de la corona de la plaza del turismo y del juego que ya era La Habana. Los complejos escultóricos de Florencio Gelabert, sin dudas, sellaron el empaque fastuoso y elegante del enclave y aportaron el sello de cultura cubana que lo distinguiría de otros hoteles y construcciones turísticas similares desperdigados por la geografía lúdica de los Estados Unidos por obra y gracia de los arquitectos creadores.
Ritmos, escultura de Florencio Gelabert, en el interior del Hotel Riviera, en La Habana. Foto archivo de la autora.
Una obsesión similar parece haber prevalecido en Gelabert cuando crea su pieza La velocidad, una figura femenina que nos sale al paso en el ambiente urbanístico de la capital cubana, pues preside lo que en algún momento fue una fuente –confieso que nunca vi agua en ella- situada a la entrada de la Terminal de Ómnibus de La Habana. La estructura de acero y cabillas fue reforzada con un relleno específico que mezcló cemento, arena y piedra, mientras que para el modelado final, Gelabert empleó un componente ligero de cemento blanco y sílice.
La obra escultórica de Florencio trasciende el mero acto narrativo de creación estética para insertarse en una búsqueda incesante de materiales idóneos que permitieran expresarse y al mismo tiempo asegurar la perdurabilidad, lo que quedó plasmada en las obras que realizara en 1960, como la instalada en el Club Náutico de La Habana: el relieve en cerámica situado en el bar-cafetería, dentro del concepto y la realización general del arquitecto Max Borges, uno de los grandes arquitectos cubanos de todos los tiempos. A Florencio Gelabert se acredita otro relieve escultórico: el de la cafetería del Cine Teatro América, en la calle Galiano. También el mural la heladería Ward, en la Avenida de Santa Catalina, en La Habana, empleando desechos de granito y azulejos, entre otros. “Existen otros muchos murales que realizó con ese mismo sistema de desechos de materiales, que él supo aprovechar con gran sentido artístico. Creo que así le abrió a otros escultores la posibilidad de reciclar materiales de desecho para crear obras de arte perdurable”- precisó su hijo Florencio Gelabert Soto.[1]
De ello dan fe otras obras, no menos importante, emplazadas en espacios públicos en Cuba, como la fuente del hotel Atlántico en la playa de Santa María del Mar, el Cangrejo Gigante que recibe al visitante a la entrada de su natal Caibarién –donde también su obra sale al paso del caminante en varios sitios-, el monumento al General Quintín Banderas en el habanero Parque Trillo. Además, El Rey de Mármol, escultura que preside la tumba del campeón mundial de ajedrez, el cubano José Raúl Capablanca y el panel escultórico La familia en el panteón de los Veteranos de la Guerra de Independencia, ambas en el Cementerio de Colón.
José Florencio Gelabert Pérez, retratado en 1961 por el pintor cubano Esteban Valderrama (original a color en la colección familiar).
Sin dudas, el ritmo atraviesa y tipifica las esculturas de Florencio Gelabert, en ellas hay música, pues la música fue su otra gran pasión. No era Gelabert un escultor melómano: era un músico escultor, o un escultor músico, que, además de su notable trayectoria entre gubias, mazas y cinceles, tuvo una carrera históricamente destacable en la música cubana, enraizada en una familia dinástica que se dedicó mayormente a la música.
Su padre José Gelabert Ferrales es el patriarca iniciador. Albañil y zapatero, era guitarrista empírico, amante de la música y siempre quiso que sus hijos la estudiaran debidamente. Había nacido en Camagüey donde también nació su hijo mayor, José Alfredo, pero el resto de la descendencia nació en Caibarién, de donde era su esposa y madre de sus hijos. En la Guerra de Independencia, casi al finalizar el siglo XIX José Gelabert fue mambí y alcanza los grados de capitán en el Ejército Libertador donde fue subalterno de Silvino García, el padre de Alejandro García Catula. Aquí está la génesis del estrecho vínculo que se va a desarrollar entre las dos familias, y de la amistad entrañable de Florencio Gelabert con el trascendente compositor cubano.
Florencio Gelabert era el cuarto hijo del matrimonio y llevó a la par la escultura con su trabajo como músico en la Filarmónica de La Habana en etapas desde finales de los años 20 hasta inicios de los 40. No es un entusiasta espectador del llamado Movimiento Afro-Cubano, extraordinario e importante momento en que los elementos africanos son incorporados a la creación sinfónica por sus amigos Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla: Gelabert con su trombón de vara y desde su atril en la Filarmónica y en la Banda Municipal de Caibarién será un participante de esos empeños renovadores en la música cubana.
Su camino musical comienza siendo niño, cuando empieza a tocar guitarra, al tiempo que su tía María le enseña piano, teoría y solfeo. Empeñado en desarrollar sus aptitudes musicales, el padre lo pone bajo la tutela de José María Montalbán, quien entre 1917 y 1925 llegaría a ser director de la legendaria Banda Municipal de Caibarién, fundada en 1908. Con él, aprende a tocar trombón y el bombardino, al igual que su hermano Humberto.[2] Según el historiador Alberto T. Rodríguez Acuña, Florencio Gelabert ingresa como trombonista en la Banda Municipal de Caibarién en 1920 y permanece en ella hasta 1928.[3] Por aquellos años la música era una pasión de la que no se podía vivir: Florencio trabajaba regularmente como albañil y los domingos tocaba con la Banda, pero no renunciaba a sus sueños y aspiraciones.
“Un día en la Alcaldía ve que el gobierno de Alfredo Zayas ha sacado unas becas para la Escuela de Artes Plásticas San Alejandro- cuenta su hijo Florencio Gelabert Soto. Tenía que aplicar en Santa Clara, la capital provincial, y los resultados los daban al día siguiente, así que decide quedarse a esperar y duerme en el parque de Santa Clara, esperando a que al día siguiente pusieran las listas. Allí vio que se había ganado la beca.”
En efecto, el 18 de noviembre de 1928 el Diario de la Marina publica un gran titular: Otorgadas 26 becas en la Escuela de Pintura “San Alejandro”, encabezando la lista de beneficiarios por provincias. En la de Camagüey aparece el nombre de José Florencio Gelabert Pérez –aunque era de Caibarién-, y de todos ellos, solo él trascendería en el arte cubano.[4]
“En septiembre de 1928 llega a La Habana para iniciar sus estudios en San Alejandro. A los tres meses el gobierno suspendió las becas y Florencio se ve sin nada en La Habana, y esas casualidades, se encuentra con Alejandro García Caturla caminando por la calle. Le cuenta lo que le ha pasado y éste le dice que tiene unos amigos que tienen una jazz-band que toca en el cabaret Mitsuko, en las calles San Lázaro y Blanco, y allí fue. Ese fue el comienzo de su vida nocturna como músico. Florencio decía que era un cabaret “de legocinio” algo así como un sitio donde había prostitución encubierta. Ahí conoció a la farándula completa de La Habana de esos años, desde la modelo que sirvió de testigo en el juicio por el asesinato de Rachel –la famosa corista francesa-, a [Carlos Manuel Palma] Palmita el abogado, hasta Enrique González Mantici ”- cuenta su hijo Florencio.[5]
Florencio Gelabert en su estudio habanero. Año 1935. Archivo y cortesía de Florencio Gelabert Soto.
La prensa de la época, principalmente el Diario de la Marina, recoge el progreso de Florencio primero como alumno relevante y luego, cuando se presenta a la convocatoria por oposición para cubrir la plaza de profesor en San Alejandro. Su nombre comienza a aparecer como escultor destacado durante la década de los 30, cuando llega a participar incluso en los Salones de Bellas Artes, pero poco o nada habla de su labor como músico.
“Trabajaba de noche en los cabarets, me acostaba a las 5 de la mañana y a las 8 estaba en San Alejandro. En el año 1936 terminé mis estudios, pero en el 38 convocaron a las cátedras por oposición en San Alejandro y ahí me presenté […] Todos mis amigos me decían: ¿Por qué sigues de músico? Y les contestaba: eso no tiene nada que ver. Seguí siendo profesional en San Alejandro y miembro de la Orquesta Filarmónica”- explicó Florencio.[6]
Su tránsito por la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro[7] le llevaría de ser un simple alumno a transitar por diferentes estamentos pedagógicos hasta ser nombrado en 1959 su director, algo que en la década del 30 era difícil siquiera imaginar.
Banda Municipal de Caibarién dirigida por Alejandro García Caturla. Florencio Gelabert al fondo, es el primer trombón desde la izquierda. En la primera fila, con la flauta en mano, el menor de los hermanos Gelabert, Orestes. Año 1932. Archivo y cortesía de Florencio Gelabert Soto.
En 1932, su amigo Alejandro García Caturla funda la Orquesta de Conciertos de Caibarién para lo cual se apoya en los músicos de la banda, cuyo director José María Montalbán, con gran generosidad, pone a sus alumnos, a los músicos que había formado, a disposición de la iniciativa. Florencio va y viene de La Habana a Caibarién y toca con regularidad en la orquesta: del concierto inaugural el 12 de diciembre de 1932, Agustín Jiménez Crespo, en carta que escribe al día siguiente a Caturla, destaca la participación de Florencio “…que sorprendió con su diseño en la rapsodia.”[8][Al parecer se refiere al estreno de Rhapsody in Blue por la orquesta de Caibarién] Ese mismo año, en la capital, Amadeo Roldán asume la dirección de la Orquesta Filarmónica de La Habana.
Programa de mano del debut de la Orquesta de Conciertos de Caibarién el 12 de diciembre de 1932 en el teatro Cervantes, de Caibarién. Florencio Gelabert aparece como primer trombón. Orestes, el primero de la lista, como flautista. Archivo y cortesía de Florencio Gelabert Soto.
“Cuando Roldán dirige la Filarmónica, Florencio es uno de sus músicos, y entre esos atriles se encuentran también Israel López, «Cachao»; Gonzalo Roig”-afirma su hijo.- La musicóloga cubana Zoila Gómez, lo menciona entre los músicos de esta orquesta, que también han sido discípulos de Roldán, junto a Manuel Duchesne Morillas, José Urfé, entre otros.[9] “Haciendo parte de la orquesta, Florencio toca en los últimos conciertos que dirige Amadeo Roldán y en el primero que dirige Erich Kleiber como director invitado”– confirma su hijo. [10]
En 1938, Florencio viaja a Europa, visita Francia, Bélgica e Italia, especialmente Florencia; en París conoce a Wilfredo Lam y a Eliseo Grenet, iniciando una perdurable amistad y siendo testigo del revival de la música popular cubana a finales de los 30 en el país galo. Siempre reconoció que aquel viaje dejó inalterables sus raíces, pero influyó mucho en su técnica como escultor. En 1946 durante el año sabático que le correspondía en San Alejandro, viaja a Estados Unidos y México. Aquí no cesa de trabajar y a partir de sus conocimientos sobre fundición puede concretar la exposición de esculturas fundidas en bronce en el Palacio de Bellas Artes de México. Son los años en que, al regresar a Cuba, ingresa a la universidad para estudiar arquitectura, intención que ve frustrada y termina por graduarse de pedagogía.
Catálogo de la exposición de esculturas de Florencio Gelabert en el Palacio de Bellas Artes de México en 1946. Archivo y cortesía de Florencio Gelabert Soto.
El eminente director y compositor cubano Amadeo Roldán, su amigo, había muerto prematuramente en 1939, poco después Florencio abandona la Filarmónica, y decide dedicarse por entero a la escultura y deja la música. Pero la música no lo dejó a él y continuó presente en su vida. Aunque su formación cultural transcurrió esencialmente escuchando e interpretando música clásica, la versatilidad de su paso por disímiles orquestas como músico de atril y su relación con importantes figuras le hicieron apreciar y disfrutar también la música popular, considerando improcedente la división entre las llamadas música culta y música popular. Entre los grandes clásicos mundiales, prefería a Franz Lizt, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig Van Beethoven.
“Fue un melómano contumaz y siguió siempre vinculado a la música. Asistía a los conciertos de sus amigos músicos, como Gonzalo Roig, a quien le unió una gran amistad”- recuerda su hijo.
A Florencio Gelabert hay que agradecer su homenaje póstumo a algunos de sus amigos en la música, el arte y la vida: las mascarillas mortuorias que hiciera a Roig, a los campeones mundiales el boxeador Kid Chocolate, y el ajedrecista José Raúl Capablanca, y a su maestro, el pintor Leopoldo Romañanch, del que también realizó el molde de sus prodigiosas manos.
Refiriéndose al ritmo evidente en sus obras, Florencio Gelabert confiere un singular papel a la música dentro de las artes: “Para mí es necesario, porque no sabemos dónde termina el ballet y dónde comienza la música. Y creo firmemente que las artes plásticas, la música y la literatura están tan mezcladas, que lo que uno sabe de una cosa le beneficia cuando se quiere insertar en otra. En mi caso, no puedo vivir sin la música. Cuando trabajo me gusta poner la radio, porque me siento ligado. La escultura es ritmo, oigo una pieza y simulo la forma. Por ejemplo, ¿qué hace un bailarín sin una orquesta? Los movimientos se los va indicando la música. Creo que, realmente, el que se dedique a las artes plásticas y no sienta la música está perdido.”[11]
Florencio Gelabert a sus 80 años junto a su escultura «El tiburón», en el patio interior del hotel Riviera y destruída por la llamada Tormenta del Siglo. Foto: Jorge López Carlón (Bohemia, 1984). Archivo y cortesía de Florencio Gelabert Soto.
La relación con la música y el ritmo en la obra de Florencio no siempre representa lo lúdico o la alegría: en sus tallas en madera –otra faceta de su creación- muchos observan tristeza y melancolía. De esto, de la racialidad y de su identidad le habló Florencio a la periodista Estrella Díaz en entrevista realizada en 2004:
“Creo que la cultura cubana es de asimilación. Por ejemplo, cuando se escucha la música de Haití se nota la influencia francesa, cuando se escucha la de Jamaica, la influencia inglesa. Sin embargo, en Cuba se funde la música española con el sufrimiento de los esclavos. El único lugar de descanso que tenían los esclavos era para dormir y mitigar los daños del látigo cantando, de ahí el resultado de la fusión de la música española con la nuestra que ha dado este resultado: es única.
En las artes plásticas sucedan otras cosas. Una vez un señor inglés me preguntaba por qué en mis esculturas nunca aparecía una sonrisa y le contesté que porque todavía tenemos la melancolía de los sufrimientos.
Uno recuerda mucho el sufrimiento de sus antepasados. Soy mestizo, soy mezcla de negro y de chino, de manera que no es que yo quiera pensar así, sino que me nace. Cualquier persona que escuche «La bella cubana», de White, se da cuenta que tiene cierta melancolía. Hay mucha música alegre en Cuba y otra que nos trae el mensaje del pasado. Conocí perfectamente los prejuicios raciales, los viví y siempre los evité; me sentía satisfecho de ser mestizo, porque me recordaba a mis padres.
Tanto la raza blanca como la negra han dado grandes patriotas, artistas, poetas, músicos y literatos. El prejuicio nos viene con la colonia, pero, afortunadamente, hemos dado un gran salto. Hoy sabemos que el hombre es lo importante sin tener que mirar su piel. Igual se aprecia a un médico como a un artista y no importa si es negro o blanco. Los cubanos debemos de estar muy contentos de la forma en que hoy vivimos.”[12]
Florencio fue el cuarto de los ocho hermanos Gelabert unidos por la sangre y por la música, antecedido por José Alfredo, el primogénito y padre del clarinetista Wilfredo Gelabert, “Musiquito”, quien por muchos años integró la orquesta de la CMQ; José Felipe fue guitarrista empírico, un músico bohemio en toda regla; María se hizo pianista y se dedicó a la pedagogía. Le siguieron José Humberto, trombonista y bombardinista; Luz María, también pianista, impartió teoría y solfeo; Jorge Adalberto, el único que no fue músico, fue abogado y profesor de historia y economía de Cuba, pero su hijo Jorge Gelabert Pérez estudió percusión formalmente con el Maestro Domingo Aragú, aunque no la ejerció como profesional, pues decidió ser cronista deportivo. Orestes, el menor de los hermanos Gelabert, fue un reconocido saxofonista, clarinetista y flautista. Junto con Florencio, los hermanos Gelabert que más destacaron en la música fueron, José Humberto y Orestes.
José Humberto (Caibarién, 1907) Nace tres años después de Florencio, y como todos los hermanos aprende un oficio –el de barbero- y a tocar no uno sino dos instrumentos musicales: bombardino y trombón. Conoció primero Key West (Cayo Hueso) que la capital cubana, pues en el 11 de octubre de 1927, con apenas 20 años, se embarcó en un ferry que hacía la travesía Caibarién-Cayo Hueso. La lista de pasajeros del buque Cuba [13] indican que su destino final era Philadelphia, donde lo esperaba Félix Malla Herrera, un barbero de Caibarién y amigo de la familia Gelabert a través del tiempo. Humberto iría a trabajar a la beauty parlor que su coterráneo tenía en esa ciudad.[14]
Con tres miembros de otra dinastía musical gloriosa: de izquierda a derecha Ernesto Romeu, José Humberto Gelabert, Rubén Romeu y Armando Romeu Jr. Archivo y cortesía de Alberto Romeu.
Pero dos años después, José Humberto reaparece en La Habana, se presenta a las oposiciones convocadas para cubrir la vacante por jubilación dejada por el profesor José Manuel Santiago Rodríguez, y gana la plaza de bombardino en la Banda Municipal de La Habana, según informa el Diario de la Marina en su edición del 12 de febrero de 1929. Bajo la batuta de Gonzalo Roig, Humberto Gelabert es en 1930 bombardino solista de la Banda, y pudo haber tocado eventualmente con la Filarmónica de La Habana, en época similar a la de su hermano Florencio.
El trombonista y bombardinista José Humberto Gelabert (en el extremo izquierdo) en su barbería del Harlem Latino, cerca de la calle 110 East, en Nueva York. Década de los 40. Archivo y cortesía de Gilberto Valdés Zequeira.
La vida musical de José Humberto estuvo marcada por su vocación por el cambio: pasa por agrupaciones de música popular y viaja. Lo hace integrando una efímera jazz-band, los Swing Boys, de Emilio Peñalver, en la que alineaban también Pedro Jústiz, Peruchín; Alejandro “Coco” Barreto, su hermano Orestes, entre otros. Con esta orquesta viaja a Puerto Rico, en tránsito hacia Venezuela, donde harían una serie de presentaciones. En 1945 vuelve a Estados Unidos y la ficha técnica del corto musical Machito and His Rhumba Band (Columbia, 1948) lo incluye en los créditos como trombonista –probablemente en paso fugaz – de Machito y sus Afrocubans[14].
Machito y sus Afrocubans en «Nagüe» (de Chano Pozo). Fragmento del corto MACHITO’S RHUMBA BAND, producido por Columbia en 1948. Del minuto 0.06 al 0.18 puede verse a JOSÉ HUMBERTO GELABERT en el trombón.
Por esos años de estancia en Estados Unidos, José Humberto Gelabert establece una barbería en el Harlem Latino, que, en la mejor tradición de esos sitios, se convierte en punto de reunión para los músicos cubanos que vivían en Nueva York: Machito, Mario Bauzá, Vicentico Valdés, Chico O’Farrill, Miguelito Valdés, todos formaban parte de la tertulia cubana que animaba el ambiente. En lo artístico, Humberto participa como músico de atril en sesiones de grabaciones con figuras del jazz, como el cantante Johnny Hartman, quien en 1951 grabó dos temas –Wild y Safari– con la orquesta de Dámaso Pérez Prado en Nueva York. En los créditos Humberto Gelabert figura como trombonista y entre los músicos, además del Rey del Mambo, aparecen los percusionistas cubanos Mongo Santamaría y Chino Pozo.[15]
En los tempranos años cincuenta aparece en París, donde arma la formación Gelabert y su Orquesta Cubana, con las voces de su sobrino político Raúl Zequeira –hermano de su esposa Emelina- y Esther Martínez –esposa de Raúl- que también asumían instrumentos de percusión menor. En 1957 José Humberto Gelabert había vuelto a Cuba y de nuevo tocaba en una banda, la de la Policía de La Habana. José Humberto Gelabert fue padre de crianza del baterista y líder cuartetero Gilberto Valdés Zequeira, fundador de los Cuban Pipers y Los Cavaliers, y conocido aficionado al jazz.
Gelabert y su Orquesta Cubana en París en los años 50. Humberto Gelabert con su trombón, en el extremo derecho. Esther Martínez, voz y maracas. Raúl Zequeira, voz y bongó. Archivo y cortesía Mario Raúl Zequeira.
Orestes Gelabert, el menor de los hermanos Gelabert, y formado también por el Maestro Montalbán en Caibarién, ha sido un reconocido saxofonista, clarinetista y flautista, que alineara en importantes orquestas de su época como la Swing Boys de Emilio Peñalver –aquí junto a su hermano Humberto- y la Cosmopolita, importante formación jazz band y de música popular bailable, fundada por Vicente Viana y dirigida, tras su muerte, por Humberto Suárez, Osvaldo Estivil y Carlos Faxas de manera sucesiva. Orestes se sumó a la Cosmopolita a partir de 1948 y permaneció en ella durante la década de los 50, encargándose del saxo tenor junto a Orosmán Zayas, participando en las grabaciones que la orquesta realizara por esos años. Se retiró de la música siendo saxofonista de la Banda Nacional de Conciertos, trabajando en ella bajo la dirección de los maestros Gonzalo Roig y Manuel Duchesne Morillas.
El legado de la figura más notoria de la dinastía -José Florencio Gelabert Pérez- vive en su hijo Florencio Gelabert Soto, quien eligió la escultura como modo de expresión y elemento vital, con una obra notable dentro de las artes plásticas cubanas en la diáspora. La música también es una de sus grandes pasiones. Aunque la obra de Florencio Gelabert (padre) lo sitúa entre los nombres destacados de la escultura cubana de todos los tiempos, de cualquier manera la música marcó su camino y el de sus 7 restantes hermanos, situando el apellido Gelabert entre los más notables de la villa de Caibarién y entre las dinastías sonoras de Cuba en el siglo XX.
Agradecimientos a Florencio Gelabert Soto; a Gilberto Valdés Zequeira, Mario Raúl Zequeira y Tommy Meini y Alberto Romeu, quienes contribuyeron a este texto con sus informaciones y aportes.
© 2022. Rosa Marquetti Torres
NOTAS
[1] José Lorenzo Fuentes: Medio siglo frente al mar (2007) En https://www.cubaencuentro.com/entrevistas/articulos/medio-siglo-frente-al-mar-59473
[2] Rodríguez Acuña, Alberto T.: Banda Municipal de Caibarién. Un ícono de la música cubana (1905-2021). Roque Libros. 2021. Pp. 170 y 171.
[3] Ibidem. Pag. 183.
[4] Otorgadas 26 becas en la Escuela de Pintura “San Alejandro”. En Diario de la Marina. 18 de noviembre de 1928. Pag.24
[5] Entrevista de Florencio Gelabert Soto con la autora.
[6] Díaz, Estrella: La escultura es ritmo. Centenario de Florencio Gelabert. En http://www.lajiribilla.co.cu/2004/n181_10/181_08.html
[7] La Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro fue fundada el 11 de enero de 1818 en el convento de San Agustín La Habana, Cuba. Es la segunda institución más antigua en Hispanoamérica que ejerce la enseñanza de manera continuada desde su establecimiento. Fue nombrada “San Alejandro”a partir de 1832 en memoria de Alejandro Ramírez, superintendente general y director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana.
[8] Rodríguez Acuña, Alberto T.: Banda Municipal de Caibarién. Pag. 190
[9] Gómez, Zoila: Amadeo Roldán. Editorial Arte y Literatura. La Habana. 1977. Pag. 90
[10] Entrevista de Florencio Gelabert con la autora.
[11] Díaz, Estrella: La escultura es ritmo. Centenario de Florencio Gelabert. En http://www.lajiribilla.co.cu/2004/n181_10/181_08.html
[12] Díaz, Estrella: La escultura es ritmo. Centenario de Florencio Gelabert. En http://www.lajiribilla.co.cu/2004/n181_10/181_08.html
[13] Lista de pasajeros del buque Cuba en viaje el 11 de octubre de 1927. Consultada en www.ancestry.com
[14] Félix Malla Herrera fue el barbero del trovador y compositor Manuel Corona. A su regreso y hasta su muerte tuvo una barbería en la esquina de Monte y Rayo, en La Habana Vieja.(Datos aportados por Florencio Gelabert Soto).
[15] Véase: https://www.loc.gov/item/jots.200028032/ y https://www.imdb.com/title/tt1223451/
[16] Akkerman, Greg: The Last Balladeer: The Johnny Hartman Story. Scarecrow Press. 2012. Pag. 287.
10 Comentarios
Jose Angel Echaniz Ortuñez "Txato"
Conoci a don Florencio alla por diciembre del 1978 en el primer viaje a Cuba. Desde entonces los lazos con los Gelabet-Soto siguen presentes.
Rosa Marquetti Torres
Muchas gracias, José Angel, por su lectura y contribución.
humberto
impecable, instructivo, esclarecedor y sorprendente, como siempre. gracias miles…
Rosa Marquetti Torres
Muchas gracias, querido Mandu. Ya sabes que pasar tu escrutinio es muy importante para mí.
Diana Hernández González
¡¡Excelente artículo Rosy… Dios, cuántas informaciones interesantes sobre otra numerosa y talentosa dinastía. Tan fascinante, que necesito volver a leerla con más calma, esta cercanía Gelabert – García Caturla merece ser bien conocida.
Muchas gracias y felicitaciones querida Rosy.
Un abrazo.
Rosa Marquetti Torres
Gracias por leer y comentar, Dianita. Qué bien que te ha resultado interesante!
Juan Carlos Roque
Excelente trabajo de investigación, querida Rosa Marquetti. Pesquisas como esas conservan vivos los recuerdos de los grandes de Cuba. Tu labor de rescate es cada vez más loable. Llegará el momento en que desde dentro de Cuba se reconozca tu labor en Desmemoriados. Felicitaciones. Enhorabuena por este otra entrega.
Rosa Marquetti Torres
Muchas gracias, Juan Carlos. Una parte importante en esta investigación corresponde al libro «Banda de Conciertos de Caibarien» publicado por tu editorial Roque Media, que me permitió ahondar en su historia y el paso de Florencio y Prestes Gelabert por ella.
Rey
Tengo una escultura en madera de gelabert de 1978…una mujer de madera desnudarte sin cabeza
Oscar Compain
Conocí a Florencio Gelabert cuando niño en La Habana. Era vecino y recuerdo a sus sobrinas Gisela y Eneida. ¡Nunca pensé que había conocido a persona tan reconocida! Recuerdo el nacimiento del que creo es su hijo Florencio Gelabert Soto. Yo vivía en la calle Panchito Gómez 318, Habana.